Catalina, La Fugitiva De San Benito(c.1) by Chufo Llorens

Catalina, La Fugitiva De San Benito(c.1) by Chufo Llorens

autor:Chufo Llorens
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2010-05-12T22:00:00+00:00


El encuentro indeseado

Siete meses hacía que Diego había marchado a la Corte y Catalina había dejado de ser la mujer más feliz de la creación para convertirse en un alma en pena que deambulaba silenciosa por los largos pasillos del palacio de Benavente. Todo aquello que hacía unos meses era un sinfín de alegrías, se había tornado como por arte de encantamiento en un tedio insoportable, en un no vivir de añoranzas y, a ratos, en un peligro indefinido y escabroso que ella percibía vagamente.

Don Suero, que había regresado de Madrid, le había relatado, sin ánimo de provocar su envidia sino más bien de hacerla partícipe de la nueva vida de Diego, todos los pormenores de las actividades que desarrollaba el joven ya fuera en la Casa de los Pajes, en la apasionante vida de la Corte o en su nueva residencia. Todo lo escuchaba ella no con la amargura de no poder gozar de aquellas maravillas, sino meramente de no estar junto a él y poder disfrutar de su amada presencia. Ni siquiera la nueva de que el valido del rey en persona había recibido a don Diego le causó el más mínimo resquemor. Lo único que despertó en ella un vago sentimiento de curiosidad fue el deseo de saber cómo eran las clases de esgrima que estaba recibiendo el joven. Le explicó don Suero que don Luis de Narváez era un maestro muy exigente y no admitía, cuando impartía sus lecciones, relajación alguna; manejaba toda clase de armas pero su preferida era la espada, y el viejo ayo se hizo lenguas de su nueva técnica, de la variedad de sus golpes y paradas y de la maestría y certeza de sus estocadas. Todo ello encrespó el ánimo de la joven y cuando practicaban en la sala de armas mostraba tal coraje y fiereza que más de una vez el preceptor tuvo que parar el asalto para reprenderle y hacerle cejar en su violenta actitud.

Otro asunto que la traía por la calle de la amargura era el raro comportamiento de monsieur de Lagarteare. Cuando Diego partió para la capital se empeñó, con la aquiescencia del marqués de Torres Claras y amparado en el argumento de que Alonso no podía desperdiciar aquel don especial que tenía para la danza, en enseñarle bailes nuevos y nuevos pasos, y de esta manera aprendió Catalina la gallarda, la españoleta y el turdón. Pero pronto volvieron sus sensaciones y reparos; su avispado instinto la puso en guardia ante los acosos y las formas de tocarla del francés que, intuyó, no eran las propias del baile... Porque o bien el maestro había descubierto su condición de mujer e intentaba los mismos avances que ya experimentara con Rivadeneira, o no comprendía nada.

Una tarde, hacia la anochecida, una circunstancia vino a aclarar todas sus dudas acerca del extraño comportamiento de aquel viscoso individuo. Faltaba vino de mesa del que acostumbraba a tomar don Benito de Cárdenas y el sumiller la envió a la bodega donde guardaban las



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